miércoles, 30 de mayo de 2012


Había una vez una hermosa princesa con un estilo un tanto peculiar, pues mientras las otras princesas penasaban en ser desposadas por un apuesto caballero, ella se imaginaba sirviendole, ellas alusinaban ser llenadas de caricias  y ella lacerada por la fuerza de un látigo que en alguna ocasión había visto usar sobre uno de los criados; en su afán de lograrlo le contó de éste gusto a una amiga pero nunca tuviern el valor de intentarlo.


Con el tiempo Leonora se había convertido en una hermosa mujer; alta y espigada, de ojos marrones y tez clara, labios pequeños y carnosos y una melena ondulada castaña clara. Tenía ya 21 años, hacía 4 años que vivía con su Madrastra y sus dos hermanastras y hacía 3 años ya que se había convertdo en su sumisa. Ésto gracias a su adorable Madrastra quien después de haber encontrado a Leonora autoflagelándose, semidesnuda y con un libro de Sade entre las manos, descubrió en si misma gran excitación, así pues, tomó la vara k la chica había estado usando y después de asestarle varios azotes, recibió de Leonora un agradecido abrazo en las piernas y besos en las manos, implorandole aún de rodillas y con los senos al descubierto, que continuara con tan deliciosa tarea.


Las dos hermanastras se dieron cuenta del cambio de relación entre  entre LEonora y su madre, así que para evitar suspicacias, fue la propia Madrastra quien les informó de la nueva situción de Leonora; una de ellas aplaudió la posición de su madre, pues era bien sabido que gustaba de los placeres femeninos, mientras que la otra hermanastra portóse indiferente pues prefería la sumisión masculina. 


Así pues la Madrastra despidió a sus doncellas personales y dió el privilegio a Leonora, quien una noche que permanecía atada ppor las 4 extremidades a dos columnas y después de 120 latigazos en el zótano del castillo, al fin mereció un nombre. La Madrastra después de desatarla see sentó en un hermoso trono que había mandado bajar para ella; se levantó falda, fondo y crinolinas, permitió que Leonora se acercara y le ordenó que le retirara las zapatillas para que le besara las plantas de los pies, los tobillos, dedos, posteriormente las pantorrillas, muslos e ingles, y después, de un sólo movimiento, la separó de sí con la intención de escuchar rogar a la princesa; Leonora lo hizo tan fervientemente que al fin le ordenó que le lamiera el púbis, la chica obedeció, inspirada en los fuetazos que le eran propinados  al mismo tiempo en sus blancas y redondas nalgas.


Todo surtía efecto, pues la habilidad de Leonora en el sexo de su Madrastra le provocaron 2 de las más extraordinarias venidas de su vida, y fue durante la segunda corrida, con las piernas en alto, las manos en los senos maduros y la furada clavada en la fusta que empalaba las maltratadas nalgas de Leonora que permanecía en un cunilingus que ambas deseaban interminable, que con voz jadeante su ahora Ama y Señora espetó: "Ya no serás más Leonora, desde hoy voy a llamarte... cenicienta".
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